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14 de marzo de 2013

La vida en París

Van ya más de tres meses aquí y pienso que  va siendo hora de empezar a sacar conclusiones.

 La primera  deducción importante se produjo a los pocos días de mi llegada. No era mi primera visita a la ciudad ya que había estado en París hacía más de seis años durante un periodo de menos de cinco días. Había visitado la ciudad en medio de unas sesiones maratonianas de Roland Garros. Aún todavía hoy no comprendo en qué momento saqué tiempo para ir hasta Versalles.  

Lo cierto es que con este tipo de viajes express una se acostumbra a visitar los monumentos emblemáticos en tiempo récord; a comer fast food y a hacer un "fast tour". Todavía hoy me recuerdo corriendo de la mano de mi madre por los pasillos de pintura renacentista del Louvre, cada una prestando atención a una de las paredes y, cuando una de nosotras encontraba algo "emblemático" tiraba del brazo de la otra para que se parase y lo viese. Tras unos treinta segundos la operación se volvía a repetir una y otra vez hasta llegar a la imponente Victoria de Samotracia (que paraliza a cualquiera).




Ahora, en esta nueva experiencia, una llega con ganas de  empaparse de cultura y sensaciones, lentamente,  a modiño, absorber cada momento con todos los sentidos; inhalar lentamente la ciudad, trasladándose a escenas guardadas en la memoria, ya sean vistas en París je t'aime, Amelie, Midnight in Paris, Moulin Rouge, 3 Colours: Rouge, Les Intouchables, etc o aprehendidas de lecturas y estudios previos (imposible pasear por un boulevard sin recordar a Haussman).  Pero tras esas intenciones très romantique una se enfrenta a la realidad;  y es que no hace falta pasar mucho tiempo aquí para darse cuenta de que la ciudad está preparada par un turismo del tres al cuarto ( de tres a cuatro días, vaya) en el que ya no se acepta a aquellos que pretenden emular a la "old school" ( ai si Chopin o Lord Byron levantaran la cabeza...!)

 Actualmente vivimos inmiscuidos en el mundo de la imagen; lo que en turismo se podría traducir como el turismo de la foto y el au revoir.


 Al principio me parecía estúpida esa manía de algunos centros de exposiciones de no permitir sacar fotografías. Totalmente consciente de que tras ese aura de misterio y un respeto superlativo hacia las obras se escondía un claro afán por conseguir que los turistas invirtieran más en souvenirs como postales. Ahora comienzo a pensar que son ellos, sin pretenderlo los que "salvan" la clásica visión de las obras de arte y es que frente al "no funny photo" que los vigilantes repiten sala tras sala en los museos que permiten realizar fotografías, aquellos lugares que las prohiben logran en realidad frenar ese ansia por inmortalizar la vida sin pararse a vivirla; obligan al espectador a ver mediante sus ojos y no mediante la pantalla del Iphone o la Nikon de turno haciendo que se paren y aprecien la obra de arte o, al menos la VEAN.

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