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14 de marzo de 2013

La Historia de la Moneda



Se puede decir que siempre he tenido suerte en lo que a encontrar dinero por la calle se refiere. De hecho, en mis cuatro años viviendo en Santiago, logré 100 euros gracias a dos billetes de 50 que recogí de la acera con dos años y una calle de distancia desde que me encontré el primero hasta que vi el segundo, que por cierto, fue justo cuando acababa la carrera. Lo que anteriormente se llamaba un regalo fin de carrera, vamos.

Pero la historia de la moneda comienza en marzo de 2011 en el último viaje que hice a Francia antes de venirme a vivir aquí. Se trataba de una visita a una antigua compañera de Erasmus. En aquel viaje tuve la ocasión de participar en una cena “très chic” en la que las anfitrionas habían querido dar un toque “español” al utilizar para el plato principal una plancha colocada en el centro de la mesa. - ¡Pero si esto es muy español!- decían mientras yo las miraba con cara de -¿vosotras os pensáis que comemos así todos los días en España?-. El caso es que durante aquel viaje me había encontrado todos los días una moneda de poco valor en la acera. Las primeras veces no se le dio la menor importancia, pero a partir del tercer día ya se había convertido en una de las anécdotas del viaje.


Aquella era en realidad la última cena en el norte de Francia y durante ese día no me había encontrado ninguna moneda, Sin embargo tras los postres y la sobremesa, en el corto trayecto que separaba el lugar en el que habíamos cenado del coche, una moneda de 20 céntimos apareció brillando bajo la única farola del camino. Obviamente la recogí y se la mostré con orgullo a mi colega Erasmus diciéndole – Ahám , ¿creías que iba a acabar el día sin que encontrara una?-.

Otra chica que había cenado con nosotras miraba sorprendida la escena sin comprender nada. Le explicamos la historia y comenzó a reírse y, cuando al fin paró, con una expresión un tanto soberbia me dijo – En Francia no nos agachamos por una moneda de menos de 1 euro-. Me resultó extraña aquella contestación porque por lo demás me había parecido una persona de lo más simpática e interesante, pero pasados dos años comprendí que cuando decía aquello lo hacía con toda la razón del mundo y es que, desde el comienzo de mi vida en París no he parado de encontrarme cosas. Los primeros días encontré una memory card, una pulsera de plata... pero a partir de la tercera o cuarta jornada las monedas finalmente empezaron a aparecer.

No es que yo sea una persona que va por las calles de una ciudad nueva mirando para la punta de sus zapatos, pero es que parecía que cada vez que bajaba la vista al suelo una moneda estaba ahí esperando ser recogida. Nunca eran de gran valor, la mayor parte de las veces no llegaban a los 10 céntimos, pero se acabaron convirtiendo en una rutina diaria hasta que decidí no recogerlas a no ser que fuesen de mayor valor. Mi intención con esa “orden interna” era dejar de agacharme todos los días en la calle por unos míseros céntimos. Y así fue. Al día siguiente lo que me encontré bajando unas escaleras era una moneda de un euro. Tras cogerla sonriendo pensé -ahora sólo me falta el billete de cincuenta- y claro, tras el éxito que había tenido mi propósito de abandonar la recolección de céntimos realmente llegué a pensar que iba a encontrarme un billete en la acera. Pero pasaron los días y no había ni billetes ni monedas que recoger, así que le reconocí al karma su victoria y descubrí la moraleja de la historia “la avaricia rompe el saco”.

Varios días después, con el asunto olvidado y la cabeza en otras cosas, iba yo caminando por una zona arbolada totalmente “desierta” cuando me di cuenta de que había una cosa rectangular tirada en el suelo un poco más adelante. Al llegar vi que se trataba de un monedero de Louis Vuitton sin más contenido que un billete de 10 euros y una moneda de 2. Tras mirar hacia todas partes en busca de algún signo de actividad humana y sin forma alguna de poder localizar al propietario decidí quedármelo. Al llegar a casa comprobé que estaba valorado en más de 150 euros así que di por satisfecho mi deseo de encontrar un billete de 50.




Actualmente vuelvo a recoger pequeñas monedas todos los días. No es algo que haga para mejorar mi economía; simplemente ya lo considero un signo de buena suerte para la jornada. De hecho, si ya he cogido una en el día y la siguiente que me encuentro no es de una cantidad considerable no me molesto en agacharme.

Esta semana he decidido que voy a juntar todas las monedas que encuentre de aquí hasta finales de junio en la carterita de Louis Vuitton para hacer un balance antes de las vacaciones de mis días “con buena suerte” en París, o simplemente de mis riquezas. Quien sabe, a lo mejor el último día me tomó un café con ellas...

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