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10 de junio de 2013

El Palais de Tokyo. Brilli-Brilli que es lo que vende.

El método de financiación de los centros expositivos se ve sumergido en un continuo debate ya que un correcto mantenimiento y exhibición de las obras de arte requiere una gran inversión por parte de los gobiernos, quienes se afanan en reducir lo máximo posible los presupuestos en cultura. Si bien este problema estaba ya patente en las vacas gordas, dichos debates se han visto incrementados a causa de la crisis estafa que vivimos en la actualidad.

Es bien sabido por todos que cada vez el aspecto comercial cobra una mayor importancia en las salas de museos más importantes del mundo. No hace falta más que pasarse por cualquiera de estos centros para comprobar lo cuidadosamente programada que está la zona de salida para que tengamos que toparnos con alguna tienda de souvenirs – si es que no nos las vamos encontrando entre sala y sala-. Uno de los casos más descarados a este respecto lo representa el Museo del Louvre, al cual se puede acceder directamente desde un centro comercial, el Carrousel du Louvre, donde la cola de espera se ameniza entre Starbucks y Apple Store.

Imagen de la zona de acceso al Museo del Louvre desde el Carrousel con tienda de Apple a la izquierda. Foto:  carrouseldulouvre.com

 En la actualidad existe además lo que yo considero un problema de definiciones y separación entre los aspectos culturales de la vida y los de ocio, entretenimiento y espectáculo, que no tienen porqué conllevar una actividad cultural. Un totum revolutum que no nos permite diferenciar – siempre hablando en términos de sociedad- lo que puede ser, por ejemplo, una obra del séptimo arte de un producto visual realizado para pasar el rato sin ningún mérito artístico. Para centrarnos algo más en los aspectos que nos conciernen, valdría la comparativa entre  una exposición artística y una muestra realizada con fines comerciales sin apenas valor cultural - pero que se vende como tal-. Parece que en este momento la diferenciación en este segundo caso es tan simple como – si está expuesto en un museo es arte, si está en un centro comercial es para comprar-. Pero, ¿qué pasa cuando los límites entre uno y otro se encuentran difuminados?

Parece que en esta tendencia de límite dudoso entre exposición y escaparate es el Palais de Tokyo quien se presenta como el mayor exponente de esta tipología en París.

El Palacio de Tokyo es un centro expositivo de gran importancia en Francia. El hecho de que no sea muy conocido entre el turista fugaz se debe sin duda alguna al aura de antigüedad que desprende la ciudad y que hace que prevalezcan en la visita museos con más carga histórica que este centro tan actual. Además de albergar en una de sus alas el Museé d'art moderne de Paris, cuenta también con un gran restaurante y un centro de creación contemporánea.

El hecho concreto que me llevó a esta reflexión se produjo la pasada semana, cuando durante 48 horas coincidieron en el Palais dos muestras gratuitas en un recinto en el que, por norma general, la entrada cuesta unos 10 euros. Una de las exposiciones llegaba a su punto y final tras un mes en escena; se trataba de Nº5 Culture Chanel. Un título claro, conciso y sin lugar a equivocación. Por otro lado se realizó una exclusiva muestra durante un par de días con el título Reflections basada en el mundo de la joyería.

Piezas de la muestra Reflections del Palais de Tokyo.


Cualquiera de las dos exposiciones podría llegar a resultar de un gran interés cultural si no hubieran compartido espacio y tiempo. Es ese el factor principal que hizo que me sintiera como si estuviera paseando entre las vitrinas de las Galleries Laffayette más que por un centro de arte contemporáneo.
Puede que también influyera cómo se presentaba al público la muestra, tan encaminada a la venta que dejaba a un lado al visitante solamente interesado en contemplar las piezas por su valor “artístico”, llegando a provocar una sensación de “fuera de lugar” en aquellas personas no interesadas en la compra de joyería.

Expositor con piezas de joyería en el Palais de Tokyo .

No digo que este tipo de muestras no sean interesantes ni mucho menos; de hecho reflejan una parte de la sociedad parisina con la que hasta este momento no había tenido el placer de coincidir. Quizás la distribución no fuera la más apropiada para no hacernos sentir dentro de una de las incontables joyerías de la ciudad - cuya única diferencia eran los señores de negro de la entrada que se encargaban de contar el número de visitantes-.
Fragmento del catálogo de la muestra Reflections con las piezas y su precio (mediante código de colores) de entre 250 y 55000 euros.

Existen en París otras instalaciones más apropiadas para este tipo de eventos, por lo que cabe preguntar ¿hasta qué punto interesa y compensa unir el nombre de una institución de renombrado prestigio en el mundo del arte contemporáneo francés a este tipo de muestras? ¿a quién beneficia más? ¿se producirá un incremento de las ventas al ligar las joyas al Palais de Tokyo?


Audrey Tautou y Vanessa Paradis en la inauguración de la  exposición sobre Chanel.

Como anécdota indicar que en mis 40 inútiles minutos de esperar para conocer los entresijos chanelianos tuve el placer de coincidir con la versión francesa de Carrie Bradshaw y una de sus amigas. El parecido físico entre ambas Carries era considerable, con melena rubia leonina incluida y look cool para la expo (me pregunto si el parecido seria buscado); pero sin duda lo que más me llamó la atención fue la similitud de la vida sentimental de ambas – que la Carrie francesa contaba pormenorizadamente y sin un mínimo de discreción a su amiga-. Me pregunto si este parecido no sería también buscado..



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